
Foto: Richard Sánchez / Página SieteHay que ser madre para poder entenderlo. Fueron nueve meses de espera los que vivió Noemí Fernández para ver nacer al que es su único hijo. Hoy repite la espera, pues hace 17 meses que no ve a Said López, porque la familia paterna lo secuestró.
Ocurrió el 31 de diciembre de 2008, cuando Noemí estaba fuera de su casa, la abuela paterna del niño, Georgina Díaz,de nacionalidad peruana, sacó a pasear a Said con el consentimiento de la madre, pero nunca retornaron al hogar. Desde entonces Noemí no volvió a ver a su hijo. Días después se enteró que a su pequeño lo llevaron a Perú.
Aquel ser que hace cuatro años se formó en su vientre, hoy es visto sólo en fotos guardadas en la maleta con la que la madre viaja constantemente en la búsqueda solitaria de su pequeño.
Piel a piel
Para una madre es indescriptible ese cosquilleo que producen sus piernas diminutas al dar suaves pataditas que marcan su presencia debajo la piel. "Extraño sus besos, sus caricias y hacerlo dormir", añora Noemí Fernández, quien ha perdido el contacto con su hijo "de repente".
Siempre se ha dicho que los hijos son como los dedos de la mano: todos diferentes, pero en esencia forman parte de ella, de la madre. Por eso la pérdida de un hijo es tan desgarradora; tras la noticia se produce un vacío inexplicable -cuenta Noemí entre lágrimas- "mi vida está incompleta sin mi hijo". Pero es necesario ser madre para poder entenderlo.
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